Por Andrea Fumagalli, en la Effimera | Trad. Santiago Arcos (versão em português)
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Al día siguiente del resultado del referendo que sanciono el abandono de Europa por parte del Reino Unido, es posible comenzar a discutir los probables efectos según tres planos de análisis: financiero, económico-institucional y político-institucional.
Los efectos financieros
A pesar del impacto inmediato, con la caída de la bolsa y la fuerte desvalorización de la libra esterlina, los efectos en las finanzas no deben mantenerse negativos. En primer lugar, es preciso recordar que cualquier turbulencia, con fuertes oscilaciones de los índices, es siempre es un plato lleno para la especulación. Lo que aconteció la semana anterior al voto es tema de manual. Basado en las pesquisas más o menos previsibles, todas a favor del Brexit, durante cerca de tres días asistimos al predominio de la especulación a la baja (vendo hoy los títulos que me esperan mañana más baratos para recomprarlos con margen de ganancia). EL homicidio de la diputada laborista Cox, procesado del modo cínico que caracteriza al mundo financiero, llevo a la inversión de la tendencia. Los defensores del “quedarse” recuperaron el aliento y las expectativas volvieron a ser positivas. Ese fue el modo de como se pudo capitalizar la fase anterior a la baja. La misma dinámica afecto al mercado de valores y derivados de la libra. En la última semana, las grandes multinacionales de las finanzas (las 10 firmas que controlan la mayor parte de los flujos financieros internacionales) pudieron con eso obtener inmensas ganancias.
Existe también un segundo aspecto a considerar. Es probable que el Brexit, por un lado, atrase la decisión de la Federal Reserve (FED) de aumentar las tazas de interés en los Estados Unidos y, por otro lado, favorezca una emisión posterior de liquidez (como ya la declaro el Banco Central de Japón): factores todos que benefician aún más la especulación financiera.
De esto resulta que, tal como la ciudad de Londres fue sin duda más favorable a la permanencia del Reino Unido en Europa, los grandes capitales internacionales no están particularmente enlutados con el resultado de la consulta. Y no podría ser de otra manera, desde el momento en que la financiarización de la economia global va mucho más allá de cualquier retorno de la soberanía nacional. En fin, visto que buena parte de la elite financiera europea se localiza en Londres, se podría dar en el mediano plazo un aumento del peso de la plaza de Frankfurt, como posible nuevo núcleo de las finanzas europeas. Perspectiva que, ciertamente, no desagrada a la señora Merkel o al señor Schäuble.
Los efectos económicos-institucionales
El Brexit no es el primer caso de abandono de Europa. Groenlandia 1985 es un precedente, un país de 56 mil habitantes. Aunque tal decisión apenas se tornó efectiva después de casi tres años, aunque las normas para el abandono de la UE establecen un periodo de dos años para las negociaciones en torno a un acuerdo de separación. Considerando el gran número de tratados comerciales y políticos entre el Reino Unido y la UE, se estima que el divorcio no se consumaría antes del plazo de 5-7 años: lo que además podría permitir un re análisis de la decisión tomada, una que amaine la onda populista, hoy en su cresta. De hecho, todo está aún por ser decidido.
Si, en términos prácticos, en el mediano plazo poco podría cambiar (el capitalismo globalizado y financiarizado, repetimos, elude a través de múltiples bypass y sin mayores problemas las fronteras nacionales), algunos efectos entretanto podrán ser verificados en el corto plazo, sobre todo en lo que atañe a las políticas sociales y distributivas. Los grupos más particularmente susceptibles de ser afectados son los trabajadores y, entre ellos, especialmente los trabajadores migrantes.
La desvalorización de la libra tendrá un impacto sobre los bienes importados. Recordemos que, en el cómputo global, el Reino Unido es importador de bienes materiales, con una demanda inelástica por algunos productos, y al mismo tiempo es exportador de bienes inmateriales (servicios avanzados, formación, finanzas, etc.). Por lo tanto, es lícito esperar como efecto el aumento de precios: lo que, considerando la fase de deflación, no sería del todo negativo, a condicion de que esto no se traduzca (como es fácil suponer pueda ocurrir) en una reducción del poder de compra, sobretodo de los trabajadores con menores cualificaciones, los más precarios y/o menos sindicalmente protegidos. En segundo lugar, el Brexit introduce nuevos factores de discriminación entre los ciudadanos británicos y quien venga de afuera, sean de la misma UE o no europeos. De este modo, es posible que empiece a operar un nuevo mecanismo de selección para tener acceso a los servicios públicos (salud, educación, transporte). El riesgo es, entonces, que empeore aún más la distribución de renta en un país que es uno de los peores en términos de desigualdad e iniquidades sociales dentro del grupo europeo (junto con Italia).
La paradoja del resultado del referéndum es que los más favorables al retorno de la “independencia económica” son los mismos que están asumiendo el riego de ser los mayores perjudicados. Sobre esto retornaremos en la conclusión.
Los efectos político-institucionales
El referendo del Brexit represento en el Reino Unido, sobretodo, un desafío interno a la política nacional. Es notorio que el ex-premier David Cameron (Partido Conservador) prometió organizar el referendo con el objetivo de eludir los votos de Nigel Farange (líder del UKIP, partido nacionalista). Cameron también pretendía aislar el ala más extrema a la derecha de su propio partido, reunificándolo en una mayoría sólida alrededor de su propia candidatura a primer ministro después de las últimas elecciones.
En otras palabras, el debate sobre Europa fue instrumental para cuestiones políticas internas, impuestas por el creciente consenso de la derecha populista, sobretodo en cuanto apolíticas de inmigración, de seguridad nacional o soberanía económica. Se trata de temáticas de cuño fuertemente ideológico, con poco de verdaderamente concreto para decidir: basta pensar, de hecho, que la política inmigratoria y la retórica de emergencia securitaria, así como la soberanía económica y financiera, ya están bien establecidas y aseguradas por la propia UE. EL escándalo del bloque de inmigrantes y refugiados en Calais, así como la existencia de amplios espacios de autonomía comercial y financiera, además de la soberanía monetaria del Reino Unido (ampliada y garantizada por recientes acuerdos), confirman esto. En contrapartida, el Reino Unido actuaba como un financiador del presupuesto europeo, con una transferencia neta de 8,5 millones de euros por año, — una cifra, de cualquier modo irrisoria en comparación con las ventajas económicas derivadas de su integración en el bloque europeo.
Toda la estrategia interna de Cameron resulto, con todo, ser un boomerang, revelando su miopía y temeridad, pues arriesgo colocar en marcha un proceso de desintegración no solamente de Europa, sino que también del propio Reino Unido. Al menos, es lo que parece al comenzar a oírse las primeras declaraciones desde Escocia e Irlanda del Norte. Un proceso que la derecha más reaccionaria y grosera perseguirá como suyo y para su propio beneficio, tal como en Italia se viene repitiendo desde un tiempo ya (en el caso de la Liga Norte).
A nivel europeo, obviamente, la situación es diversa. Al hablar, todas las instituciones europeas parecen rasgar vestiduras, pero sin la más mínima autocritica. La razón es sencilla. La salida del Reino Unido puede ser conveniente para varios. En primer lugar, para Alemania, que puede reforzar su propia posición dominante, además de refutar su política de alianza con los países de Europa del Este. Aunque también Estados Unidos y los BRICS que, por la razón contraria, no les desagrada el desgaste de la hegemonía económica europea, siguiendo el juego de redefinición geoestratégica de estructuras jerárquicas.
En honor de la verdad, los mayores perjudicados por la situación serán los países periféricos del Mediterráneo y del Atlántico Norte.
Dos consideraciones finales
La victoria del leave institucionaliza la crisis de la Anti-Europa, de la moneda, volviéndose políticamente irreversible. Tal realidad de hecho ya habia sido proclamada en la crisis del débito griego en 2015. De este punto de vista, esta también es una crisis del ordoliberalismo al modo europeo (diferente del típico americano). Esto no nos desagrada. Pero existe el riesgo que las instancias revanchistas tomen de una vez la iniciativa, ganándole la mano a las opciones progresistas. Desde este punto de vista, la situación puede ser leída como la institucionalización de la crisis del reformismo político de centro izquierda, funcional a la globalización, al equilibrio de las cuentas, la desregulación del mercado del trabajo y al desmantelamiento de las políticas de welfare.
Sin embargo, no están abriendo nuevos caminos. La fragmentación política y territorial está lejos de crear procesos de autonomía, ámbitos para experimentar modos de contrapoder. En Europa, a diferencia de otros continentes (pensemos en América del Sur), en su historia, la reaparición de ideologías nacional populistas representan y siempre representaran el más sólido aliado para los poderes económicos y financieros, las formas de sujeción biopolíticas en las estructuras de poder, de control social y represión de la biodiversidad.
Last but not least, una parte del debate en curso se refiere a la composición social del voto. De manera esquemática, a favor de la salida de la UE se colocaron, predominantemente, las capas más pobres, sobretodo, aquella clase media más empobrecida por la extensión de la crisis y los recortes de las políticas de austeridad, mientras que las clases más ricas y la mayoría de los jóvenes más cultivados culturalmente, que viven en las áreas metropolitanas, se colocaron del lado de la permanencia en la UE. Son dos posiciones opuestas, aunque mancomunadas en la misma idea de Europa que se sedimenta cada vez más, a la luz de los objetivos institucionales de la UE perseguidos por sus instituciones: primero, como mercado único (políticas de desregulación), después, como moneda única (política monetarista). O sea, una Europa selectiva, incompleta, parcial. Para los más pobres, el enemigo a quien atribuir la responsabilidad por su creciente empobrecimiento. Para los más ricos, el lugar donde pueden ejercer el disfrutar, de manera privilegiada, de más oportunidades de ganancia y riqueza.
El sueño europeo se revelo aquello que es: un monstruo a punto de generar una Anti-Europa. Este rumbo no estaba dado al momento de la partida. Paso a estarlo al día siguiente de la degeneración socioeconómica sancionada por el acuerdo de Mastricht y la aceptación servil de aquel pacto “estúpido” por parte de las fuerzas sindicales y de la izquierda. A todos aquellos, que por pereza o por oportunismo no podían tolerar ninguna crítica a aquel modelo de Europa, y las fuerzas del poder que impusieron, necesitamos recordarles que quien siembra vientos, tarde o temprano cosechara tempestades.
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Andrea Fumagalli, economista de Milán, autor de varios libros sobre la crisis global, biocapitalismo e instituciones y monedas del común, participa del colectivo Effimera.