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La constituición del común (prefacio)

Por Gigi Roggero e Anna Curcio, prefacio del libro de Alexandre F. Mendes y Bruno Cava – La Constitución del común, antagonismo, producción de subjetividad y crisis en el capitalismo (São Paulo: Revan, 2017) | Traducción por Santiago Arcos

Prefacio

El libro de Alexandre Mendes y Bruno Cava es valioso porque organiza las reflexiones hipótesis teorico-políticas elaboradas en los últimos veinte años en el circuito intelectual militante definido como “post-operaista” (categoría a la que volveremos). Además de sistematizar la caja de herramientas conceptuales, la abre a la verificación política por los movimientos. La usa, por ejemplo, en la introducción, para leer el extraordinario movimiento que, en 2013, inflamo las periferias y metrópolis brasileñas y puso fin a las ilusiones progresistas que aún permanecían sobre el gobierno de izquierda. O, preferimos decir, según un plan comparativo con el contexto europeo, de la izquierda sans phrase.

El común está en el núcleo del volumen, comenzando por el título. Qué es el común del que se habla? No es una alusión genérica, no es un bien natural a ser defendido, no es un tecnicismo jurídico. Lo común cuestiona las relaciones de producción, luego, relaciones de fuerza y antagonismo. No se trata de una aspiración atemporal, sino que de un campo de batalla históricamente determinado. Los autores lo sitúan, también en la introducción, en el entrecruzamiento de un ciclo corto a uno largo

Lo primero coincide con lo que denominamos como ciclo de luchas global en la crisis, que inicia en el periodo que va de 2010 a 2011 en el norte de África y arribo en 2013 a Turquía y Brasil, pasando por las plazas españolas, griegas y norteamericanas, y cuya influencia aún se hace sentir, de diversas maneras, en México y en Hong Kong. El largo ciclo se inicia, a su paso, en la insurrección zapatista de 1994, da la vuelta al mundo a través del movimiento antiglobalización capitalista, parece consolidarse en la década del laboratorio latinoamericano# que, para muchos, parecía haber abierto un camino inédito para la relacion entre luchas y gobiernos “progresistas”.

Tal vía se volvió posible gracias a las luchas y levantamientos en varios países, desde Venezuela a Bolivia, al calor de la insurrección argentina de 2001, aunque en parte, desde el principio, ya constituiría una forma de captura. “Que se vayan todos y no quede ni uno solo”: la verdad, sobraban muchísimos más que “uno solo”. Inicialmente, los gobiernos empujados a abrir espacios a los movimientos ante las relaciones de fuerza que estos determinaron, después reuniendo condiciones para recuperar las riendas del mando del desarrollo y utilizarlo, a continuación, contra los propios movimientos.

Fue exactamente en América Latina y, particularmente en Brasil, nos dicen los dos autores, el lugar donde, de 2002 a 2013, los dos ciclos se sobrepusieron y enfrentaron. En suma, después de décadas de pensamiento débil post-moderno, y años de diatribas entre ideologías escolásticas, aquí quedo claro como no existe poder constituyente sin poder destituyente, a favor sin contra, deseo sin odio.

Esta tension conflictiva y antagonista es la que impulsa la historia hacia adelante. El común, nos dicen, de hecho, los autores, emerge de la falencia del neoliberalismo, que fue la respuesta a las luchas obreras y proletarias. El común es, entonces, una especia de reapropiación de la potencia productiva del trabajo vivo. Y, en resumen, el común de que se habla está radicado en una ambivalencia históricamente determina: la cooperación que constituye el tejido óseo, material, de la posibilidad de autonomía, ella es, al mismo tiempo, cooperación sometida a valorización capitalista. Es siempre menos organizada aguas arriba, y siempre más capturada en el reflujo. La captura no indica, sin embargo, el pasaje hacia un capitalismo parasitario: la empresa debe, precisamente, organizar el trabajo de los capturadores.

La cooperación social no está, por consiguiente, enteramente organizada, así como no está organizada exclusivamente por los patrones. El capital, en verdad, es una relacion social: en la medida en que la cooperación esta insertada en esa relacion, libertad y autonomía se ponen siempre en disputa y nunca son datos de la partida. Es verdad, hoy existen grados de independencia conquistados, de independencia parcial de la cooperación social, que vienen desde el ciclo de luchas contra el taylorismo-fordismo; al mismo tiempo, ante la ausencia de elementos de antagonismo y ruptura, esa independencia técnica no corresponde a una autonomía política. Esto es lo no resuelto alrededor de lo que la cuestión del común gira hoy, el entrecruzamiento entre “ciclo corto” y “ciclo largo”

Visiones de lo común

Sobre estas bases, podemos esquemáticamente identificar diferentes visiones de lo común y de los commons desarrollados en el debate internacional, lo que el libro profundiza y somete al tamiz de la crítica.

Existe, primeramente, una visión naturalista de lo común declinada de lo plural, esto es, en tanto bienes comunes imaginados como cosas puras y no contaminadas, a defenderse de la apropiación por el capital, entendido como sujeto externo y no como relación social global. Los bienes comunes constituirían un “afuera”, una cosa que viene antes y –no se sabe cómo- no habría sido subsumida o mercantilizada. Sobre la crítica de esa posición, este libro es muy preciso y detallado.

Existe, en la secuencia, una visión institucionalista del común y de los commons, según la cual ellos serían determinados por el reconocimiento institucional. Esta judicialización del común, de lo que en Italia tuvo algunas iniciáticas en los últimos años, termina por invertir la materialidad de la relacion entre luchas y derecho: no son más las primeras las que determinan lo segundo, sino que al contrario. Constituciones y cartas de bienes comunes no son propuestas como una eventual transferencia de los movimientos por el trabajo común, sino que como su objetivo estratégico. En vez de que el tecnicismo jurídico se coloque al servicio de las luchas, sucede lo contrario. En esta separación entre especialistas bien-comunistas y portadores de la necesidad de commons, se produce también una identificación entre clase y común que termina por corresponder a figuras y comportamientos específicos, principalmente del estrato intelectual y profesional en busca de reconocimiento político por un lado, y de las capas medias en vías de proletarización, por el otro. Una vez más, hay que decirlo, los argumentos al respecto, presentados por los autores, son preciosos.

En este punto, se profundiza la problematización de lo que podemos definir como una visión esencialista del común. Al moverse a partir de una correcta critica del naturalismo bien-comunista y de la concepción del común como un elemento de producción, en la visión esencialista se corre el riesgo de caer en un nuevo naturalismo, esta vez ontológico, que hace derivar automáticamente del trabajo cognitivo una cooperación social libre, y de esta el común. Como mencionamos arriba, sin embargo, en la cooperación social, en lugar de desaparecer, se redefine la forma de la organización capitalista, en tanto dentro de la captura el trabajo vivo necesita ser comandado.

Que quede claro: no se está proponiendo una visión que confíe ciegamente en un espontaneo desarrollo de las luchas. Se está, por el contrario, criticando una visión que confía, de otra manera, ciegamente, en el simple reconocimiento conferido por un sujeto externo, sea el Estado, las instituciones locales o supranacionales, o la comunidad académica. Desaparece aquí la composición de clase y las relaciones de explotación, sólo queda una utopía desencarnada.

Por supuesto que es fundamental en la definición de lo común su capacidad de producir instituciones, como organizaciones de autonomía y nuevas normas colectivas. Pero, ¿quién instituye lo común? Desde un punto de vista revolucionario, es un proceso de subjetivacion y la potencialidad de ruptura con las formas dadas de la cooperación social, que son las del capital o, de cualquier forma, son utilizadas por el en primer lugar. En verdad, falta en buena parte de las visiones supra mencionadas esquemáticamente una lectura sobre la formación de la subjetividad que produce el común.

Para nosotros, por lo tanto, no es decisivo el reconocimiento, sino, en cambio, el propio proceso de producción de un sujeto del común capaz de construir ruptura y transformación, respecto de la relacion del capital.

El riesgo es imaginar lo común no en un sentido fuerte, como dualismo de poder, sino en un sentido débil, como algo que se crea en los intersticios de la acumulación capitalista, como forma de reproducción gratuita y no paga, convirtiéndose así en subsidiariedad compatible , marginalidad gobernable o brotes funcionales. Es el bien comunismo del capital. A la tragedia de los commons, en ese caso sigue la farsa.

Común, composición de clase, subjetividad

Composición de clase y subjetividad: dos conceptos políticamente cruciales. Iniciemos, brevemente, por el primero, que hunde sus raíces en la tradición del operaismo revolucionario italiano. Constituyese de la relacion entre composición técnica y composición política, esto es, entre la articulación capitalista de la fuerza de trabajo en su combinación con las máquinas y las formaciones de la clase en tanto sujeto colectivo. Entonces, atención: no debemos entender ninguno de estos dos términos de manera estática. La composición técnica no es la simple fotografía de la estructura de explotación, ni la composición política es la indicación de un sujeto autónomo ya realizado. La articulación y jerarquización de la fuerza de trabajo se ponen en marcha por los comportamientos obreros y proletarios, mientras que la formación política de la clase vive en una tensión permanente entre la autonomía y su subsunción. La relacion social del capital, siendo antagonista, es interna tanto a la composición técnica como a la composición política, determina y la transforma.

Que es la subjetividad? Lo decimos con Romano Alquati: “el sistema de creencias, visiones y concepciones, representaciones, saberes y conocimientos y cultura para determinados aspectos y valencias; y de los deseos, ciertos aspectos de lo imaginario, así como de las pasiones y voluntades, opciones, etc. Sistema caracterizado por la historicidad y socialidad y que, entonces, evoluciona de manera procesual. En verdad, la formación concurre a producir y transformar también la subjetividad”.

En el curso de las últimas décadas, cuando el término “subjetividad” se volvió de uso corriente en el debate público, tendió a asumir connotaciones en si positivas y antagonistas. Esto es un error: la subjetividad es producida al interior de la relación social capitalista, vive dentro de un choque y una relación de fuerza. La subjetividad es un campo de batalla. El punto está en transformar la subjetividad en una contra-subjetividad, rompiendo la extraordinaria máquina de subjetividad que es el capital. Llegando incluso a odiarnos a nosotros mismos, es decir, la relación del capital encarnada en nuestra fuerza de trabajo y que, de manera coercitiva y voluntaria, reproducimos.

De manera análoga, partiendo del asunto banal que la relación entre composición técnica y política ya no puede ser pensada como era en las coordenadas entre fábrica taylorista y sociedad fordista, se llegó a menudo a la conclusión equivocada que habría que deshacerse de esos términos y, sobre todo, del problema de la relación entre ellos. Se acaba leyendo, en muchos casos, la composición técnica inmediatamente como composición política, o bien mirando lejos de la formación capitalista de la subjetividad y del mando sobre las transformaciones del trabajo. Sin un proceso de recomposición, es decir, de conflicto y contra-subjetivación, las singularidades quedan flotando en los flujos del capital, no condensándose en un sujeto colectivo. Y el común capturado por el capital se confunde así con el común conquistado contra el capital.

Mario Tronti, en sintonía con E.P. Thompson, recordado en el libro, sostiene que no hay clase sin lucha de clase. De la misma manera, podemos entonces decir que no hay común sin lucha por lo común. No hay lucha por lo común sin subjetividad de lo común. No hay instituciones del común sin ruptura con las instituciones existentes.

Reanudar de nuevo

La definición de post-operaismo nació en las universidades anglo-sajonas y americanas, como intento de capturar la potencia del operaismo, despolitizarlo y abstraerlo del conflicto y de la composición de clase. Para hacerlo bueno para la academia y la economía política del conocimiento, es decir, bueno para nadie. Ahora se volvió “Italian theory”, completando el recorrido de confinamiento y reducción a un valor, un pensamiento explícitamente vaciado y desarmado. Se organizan conferencias internacionales en universidades prestigiosas, se especializa en post-operaismo, se construyen pequeños y grandes closures, se intentan carreras académicas. Goodbye, fuimos a otro lado

Con la definición genérica de post-operaismo, podemos de cualquier modo denotar, -y sólo por eso que nos interesa políticamente, – el espacio común, aunque específico, nacido a finales de los años 1980, para analizar las formas de la producción y del trabajo salidas de las cenizas del taylorismo-fordismo, buscando derribar las imágenes aniquilantes del fin de la historia y del pensamiento único.

Nacían así las teorizaciones sobre el “post-fordismo”, y después, paso a paso, los intentos de identificar nuevos sujetos del conflicto que incorporaban los saberes y la cooperación social. Algunos de esos intentos eran problemáticos desde el principio, otros fueron extremadamente productivos y aún pueden ser, siempre y cuando sean repensados según las mutaciones que intervengan en la crisis y el agotamiento de un modelo global.

El punto es exactamente este: necesitamos realizar una trayectoria de retorno maquiaveliano a los principios. De lo contrario, corremos el riesgo de osificar las categorías, de transfigurarlas en dogmas, de volver el operaismo esto que nunca fue: una escuela y no un movimiento del pensamiento. Por lo tanto, tal vez debería decir que el post-operaismo terminó. Ahora, así como los operaistas volvieron a Marx contra el marxismo, debemos regresar al operaismo para ir más allá de él, para volver a poner en movimiento ese método revolucionario dentro y contra la realidad, retomar el arsenal para hacerlo explotar.

Y vale el mismo discurso para lo común. Después de haber atravesado el concepto por entero, haberlo sometido a la verificación con la realidad, haberlo pasado y sus interpretaciones problemáticas por el crimen de la crítica, lo común se re-elabora hoy dentro del capital-crisis, es decir, la crisis como forma de comando político y dispositivo de guerra, dentro de la relación históricamente determinada entre composición de clase y procesos de subjetivación. El común se identifica como proyecto en la posibilidad de construcción de instituciones de autonomía y de contrapoder (o de dualismo de poder, nada que ver con los checks and balances de la política actual). Los rasgos de lo común deben ser encontrados dentro de la materialidad y ambivalencia de los comportamientos de clase y de las luchas, organizadas y transformadas colectivamente. Anteriormente ya se ha dicho: volver a empezar desde el principio no significa volverse hacia atrás.

Este libro que el lector tiene entre las manos nos proporciona todos los elementos indispensables para iniciar ese recorrido, a realizarse con urgente paciencia.

Bologna, enero de 2016
Anna Curcio y Gigi Roggero

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